De manera inconsciente, muchas
veces asociamos la palabra “musical” con un estereotipo muy concreto; con
películas en las que los protagonistas desarrollan sus historias de forma
ordinaria y entre las cuales se insertan números musicales estratégicamente
posicionados. Películas con canciones alegres, que los personajes bailan
siguiendo una perfecta coreografía. Ejemplo de ello son Grease, Mamma Mía o los
trabajos que realizó la mítica pareja formada por Fred Astaire y Ginger Rogers.
Considerado en ocasiones como un género “menor”, el musical comenzó a vivir una
segunda juventud después del Moulin Rouge
de Baz Luhrmann. Y ahora podemos decir que se ha llegado a una nueva etapa.
Desprendiéndose de todo estereotipo posible, Los miserables hace que el musical alcance plenamente la madurez.
A Tom Hooper no le asustan los
retos, o al menos, eso parece. El director ha sido el encargado de ponerse a la
cabeza de la adaptación del musical basado en la novela de Víctor Hugo. Situarse
detrás de las cámaras en Los miserables
era enfrentarse cara a cara con toda una leyenda. Y aunque el desafío era
difícil, Hooper y el resto del equipo han salido victoriosos. El resultado es
un desgarrador retrato del París del siglo XIX. Una mirada hacia los
invisibles, hacia las clases más bajas; sus protagonistas son ladrones,
prostitutas, pícaros, fugitivos y estudiantes con aspiraciones revolucionarias
que luchan contra un sistema aparentemente invencible. Y una vez más, Hooper ha
conseguido dejar su huella en la película, al igual que lo hizo en El discurso del rey.
El arriesgado uso de las voces
“en directo” ha dado sus frutos. Que los actores no hagan playback, sino que estén cantando al mismo tiempo que les graban,
da verosimilitud a la historia y la aligera, dato muy importante, teniendo en
cuenta que la película dura nada menos que dos horas y media. Otro aspecto
trascendental es que prácticamente toda la película se construye a base de
números musicales. Incluso los diálogos entre los personajes se realizan
cantando; apenas encontramos frases que se escapen a esta norma. A priori puede
resultar chocante para algunos espectadores, pero una vez comenzada la trama,
las piezas van encajando con naturalidad y provocan la sensación de que no se
podría haber hecho de otra manera.
El reparto es otro elemento que
funciona a la perfección. Hugh Jackman realiza el mejor papel de su carrera
como Jean Valjean. Durante las galas de los Tony y de los Oscar en las que
ejerció de anfitrión ya nos demostró sus dotes para la canción, y ahora no
defrauda en sus números musicales. Anne Hathaway brilla con su mera presencia, además
de proporcionarnos uno de los momentos más emotivos de todo el film con su I dreamed a dream. Russell Crowe, a
pesar de situarse en un nivel inferior, logra no desentonar con el resto de
protagonistas, forjando un notable Javert, digno de los duelos vocales con
Jackman. Una gran (y grata) sorpresa es Eddie Redmayne, al que habíamos visto
en Mi semana con Marilyn y que aquí
da vida a Marius, el amado de Cosette, una Amanda Seyfried que vuelve a
seducirnos con su voz de carácter angelical. Por último, los breves pero
oportunos momentos cómicos de la película vienen de la mano de los geniales Helena
Bonham Carter y Sacha Baron Cohen, como el matrimonio Thénardier.
Las canciones en ocasiones son
presentadas mediante un montaje de vértigo, que intenta abarcar una gran
cantidad de información en pocos minutos. Pero en la mayoría de los números
musicales, especialmente aquellos interpretados por un único personaje, se ha
optado por otro montaje mucho más discreto e íntimo, basado en primeros planos
que nos ayudan a profundizar en las emociones de los protagonistas. Un gesto
mediante el cual se refuerza la idea de que estamos ante un musical que, sobre
todo, gira alrededor de sus personajes y sus dramas y conflictos internos, a
pesar de estar marcado fuertemente por un hecho histórico, como es la rebelión
parisina de junio de 1832.
Estos personajes se debaten entre
la moral y la ley, entre los deseos y el deber. Se mueven en un mundo cruel, donde
solo hay sitio para el desencanto, pero en el cual a veces surgen rayos de
esperanza. La grandeza de Los miserables
es que recoge a los más desgraciados y los enaltece, convirtiéndolos en auténticos
héroes. Sin duda, Los miserables ha
sabido situarse a la altura de la leyenda y entrar a formar parte de ella.
Publicado en: www.puntoencuentrocomplutense.es