Fue el último en llegar y, sin embargo, permanece en
un lugar de excepción entre todas las artes. El cine apenas cuenta con algo más
de un siglo de historia, pero su juventud no ha impedido que esté a la altura
de sus hermanas mayores, e incluso que funcione como un compendio de todas
ellas. Entre todas las obras que encontramos a lo largo de la historia del cine
destacan algunas que son un auténtico homenaje a las artes, en las que estas
son el motor del largometraje. Por ello, hemos hecho una selección de siete
películas, las cuales captan la esencia de una de las siete artes. Y comenzamos
con la arquitectura, cuya relación con los fotogramas no podemos explicar sin
hablar de Metrópolis, la obra maestra
de Fritz Lang estrenada en 1927.
Ensalzada como una de las películas cumbre del cine
mudo, Metrópolis está rodeada de
cifras astronómicas que la convierten en una superproducción de su época: más
de año y medio de rodaje, 610.000 metros de película, más de 30.000 extras y un
coste de seis millones de marcos, que sobrepasaron la cifra prevista
inicialmente, de un millón y medio. Números que aumentan la leyenda del film,
pero de los que no se puede hablar con exactitud, ya que años después de la
muerte del director salió a la luz una entrevista que Lang había concedido a
Lloyd Chesley y Michael Gould, en la que afirmaba que muchos de estos datos no
eran ciertos y señalaba que se habían escrito muchas mentiras alrededor de su
obra. Así, indicaba que el número de extras rondaba los 300, y que los costes
estuvieron condicionados por la inflación de la época.
Metrópolis se sitúa en un escenario
futurista, sin duda uno de los puntos fuertes del film. Lang era hijo de arquitecto
y él mismo comenzó sus estudios en este campo, que más tarde abandonaría por la
pintura. La arquitectura de la ciudad de Metrópolis
refuerza el mensaje de la historia y condiciona su desarrollo. En la superficie
encontramos enormes rascacielos, donde viven las clases acomodadas, mientras
que los obreros se hallan en las profundidades de la ciudad, en el subsuelo,
invisibles a los ojos de la clase superior. Mientras que los ciudadanos de la
superficie pueden disfrutar de instalaciones como bibliotecas, jardines y
teatros, los obreros de las profundidades se dedican a trabajar sin descanso,
en un ambiente claustrofóbico que contrasta con la majestuosidad del exterior.
La concepción de la ciudad es una pista de la dualidad
que persigue el film, en el que se contrapone lo humano y lo artificial, el
obrero y el empresario. Una dualidad entre la que se querrá mantener el
equilibrio, ya que como se nos dice desde el principio, “el mediador entre el
cerebro y las manos ha de ser el corazón”. En este caso, dicho mediador es el
protagonista, el hijo de Joh Fredersen, señor de Metrópolis, que abre los ojos
ante la problemática social cuando se encuentra con María, una mujer de clase
obrera que predica la igualdad y el entendimiento entre los ciudadanos tanto de
uno como de otro lado.
Para rodar los planos que inmortalizan la ciudad se
hizo uso de maquetas. También se empleó el llamado “proceso Schüfftan”, una
técnica que permite, mediante un espejo, dar la sensación de que los actores se
encuentran dentro de decorados, que en realidad son maquetas a menor escala.
Entre el escenario futurista también encontramos las huellas del Gótico, como
en la catedral en la que se desarrollan las escenas finales. Pero si hay que
resaltar un edificio de entre todos los de la ciudad, sin duda este sería la
llamada “Torre de Babel”, en la que vive el señor de Metrópolis, y que
constituye una de las referencias bíblicas que podemos encontrar en el relato. El
resultado final contribuyó a asentar la idea que tenemos en el imaginario colectivo
de lo que sería una “ciudad del futuro”, y convirtió a Metrópolis en uno de los principales referentes del cine de ciencia
ficción. Posteriormente influiría fuertemente en largometrajes como Blade Runner, de Riddley Scott.
Publicado en: www.puntoencuentrocomplutense.es