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14 de febrero de 2013

La comedia, el género olvidado

Nos acercamos a la fecha marcada en el calendario de cualquier cinéfilo: el 24 de febrero, día en el que se celebrará la 85º edición de los Premios Oscar. Y como cada año, surge una pregunta: ¿dónde están las comedias? En las entregas de premios no suele haber sitio para este tipo de películas, y eso que se dice que es más difícil hacer reír que hacer llorar. ¿Realmente el nivel de las comedias de hoy en día no llega al de los dramas o es una cuestión de prejuicios?

Es curioso que se vea a la comedia como un “género menor”, cuando el cine de Hollywood está asentado sobre nombres imprescindibles en este campo. Sólo hay que recordar a los grandes maestros del humor del cine mudo, entre los que destacaron Charles Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd. Más tarde, la historia de la comedia se seguiría escribiendo con letra de oro, gracias a nombres como Ernst Lubitsch, los Hermanos Marx, George Cukor o Billy Wilder. Todos ellos demuestran que, a pesar de las apariencias, este no es un género que deba tomarse a la ligera. Chaplin conocía a la perfección los mecanismos para hacer reír al público, y defendía que la comedia debe ser próxima a la realidad, estar pegada a ella. Quizá esta cercanía a la vida es lo que hace que la infravaloremos; solemos pedir “algo más” a una película para hacerla digna de un premio cinematográfico. 

Este año, entre las nueve nominadas al Oscar de Mejor película sólo encontramos una comedia: El lado bueno de las cosas. A pesar de esto, el film ha conseguido colarse en todas las categorías principales: David O. Russell podría conseguir el galardón al Mejor director y al Mejor guión adaptado, mientras que sus protagonistas se encuentran presentes en todos los apartados interpretativos. Y aunque aparecer en las nominaciones ya es un gran paso, la cosa se complica aún más si hablamos de llevarse la estatuilla dorada: en los últimos 20 años sólo ha habido dos comedias que lo han conseguido: Shakespeare in love, en 1998, y la francesa The artist, en la pasada edición.

Para evitar esta marginación del género, el productor, director y guionista Judd Apatow propuso hace unos años que se creara una categoría especial en los Oscar para las comedias. Es decir, que sucediese algo semejante a lo que ocurre con los Globos de Oro, donde hay un premio de Mejor película dramática y otro de Mejor película de comedia o musical. Aunque a priori esto diera más visibilidad al género, también tenemos que recordar que, de todas formas, tras las entregas de los Globos de Oro es la ganadora a Mejor película dramática la que suele llevarse la mayor parte de los titulares.

La industria del cine estadounidense y sus correspondientes premios no es un caso aislado, sino que esta situación se repite constantemente. España no se escapa del patrón, a pesar de la gran tradición cómica de nuestro país. Tenemos que remontarnos al año 1998 para encontrar una comedia que se haya llevado el Goya a la Mejor Película (La niña de tus ojos, de Fernando Trueba).
Para finalizar, hacemos un repaso por algunas de las comedias que en su día consiguieron alzarse con el Oscar a Mejor película. ¿Conseguirá El lado bueno de las cosas sumarse a ellas?

El apartamento (Billy Wilder, 1960)
Una emocionada Audrey Hepburn entregaba el Oscar de Mejor película a su amigo Billy Wilder, quien subía por tercera vez al escenario esa noche, tras recibir anteriormente los premios a la Mejor dirección y al Mejor guión original. Aunque fue etiquetada como “comedia”, su protagonista, Jack Lemmon, confesaba que ni él ni el director entendían el porqué. Y es que aunque El apartamento tenga grandes momentos cómicos, como ver a Lemmon escurriendo la pasta con una raqueta de tenis, el film es un relato agridulce con una considerable carga dramática.

My fair lady (George Cukor, 1964)
El musical dirigido por Cukor consiguió hacerse con ocho premios Oscar. Curiosamente, lo más destacable de estas victorias es la ausencia de su actriz principal, Audrey Hepburn, que ni siquiera se encontraba nominada por su rol. Los rumores apuntaron que el motivo podría ser que Hepburn tuvo que ser doblada en las canciones por Marni Nixon. Su compañero de reparto, Rex Harrison, sí que se llevó el premio.

Annie Hall (Woody Allen, 1977)
Por el momento, la única película de Woody Allen reconocida con el máximo galardón y una obra clave a la hora de ver la evolución de la comedia en la historia del cine. Un peculiar análisis de las relaciones de pareja protagonizado por el propio Allen, en su conocido papel de neurótico, y Diane Keaton, quien recientemente había saltado a la fama por su trabajo en El padrino. Sus ingeniosos diálogos hacen que sea un film imprescindible, así como las escenas en las que Allen interrumpe la acción y se dirige directamente al espectador. 

Belle époque (Fernando Trueba, 1992)
El Oscar de Mejor película de habla no inglesa a Belle époque fue el segundo que consiguió una cinta de nacionalidad española, diez años después de que Volver a empezar, de José Luis Garci, lo ganase por primera vez. Más tarde les seguirían Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, y Mar adentro, de Alejandro Amenábar. Al recoger el premio, Fernando Trueba hizo un discurso que quedó para el recuerdo: “Me gustaría creer en Dios para agradecérselo, pero sólo creo en Billy Wilder, así que gracias, señor Wilder”.    

The artist (Michel Hazanavicius, 2011)
En pleno siglo xxi, ocurrió lo que nadie se hubiese podido imaginar: el Oscar a Mejor película iba a parar a manos de una producción francesa, en blanco y negro… ¡y muda! Con ecos de films clásicos como El crepúsculo de los dioses y Cantando bajo la lluvia, la arriesgada apuesta dio como fruto cinco Oscars, incluyendo los de su director, Michel Hazanavicius, y su protagonista, Jean Dujardin. Eso sí, para muchos el alma de la película era el simpático perro Uggie, que aunque no entró en las nominaciones, robaba el protagonismo a Dujardin cada vez que compartían escena.

Publicado en: www.puntoencuentrocomplutense.es

2 de agosto de 2012

'El dictador': El (otro) gran dictador


Sacha Baron Cohen siempre es sinónimo de polémica. El camaleónico actor, que recibe tantos halagos como demandas, vuelve a la cartelera tan irreverente como de costumbre. Esta vez lo hace tras un nuevo personaje, el general Aladeen, dictador del ficticio país de Wadiya. Después de su trabajo en Borat y Bruno, Baron Cohen repite con el director Larry Charles detrás de las cámaras, aunque está vez da un enfoque distinto al largometraje.


En El dictador  no vamos a encontrarnos con situaciones presentadas como reales, como lo hacían sus predecesoras, y no hay hueco para las reacciones espontáneas de la gente corriente que se topa con los protagonistas. Todo gira alrededor de la pura ficción. Eso sí, si hay algo que tienen en común las películas anteriores con esta es su casi inverosímil promoción, en la que Baron Cohen lleva a sus personajes a la realidad. Fue sonada su aparición en la gala de los Oscar de este año, en la que, camuflado como el general Aladeen, se dedicó a esparcir por la alfombra roja las supuestas “cenizas de Kim Jong-il”.  En otras ocasiones también hemos podido verle caracterizado como sus personajes a la hora de dar entrevistas. Sea como sea, el actor siempre se encarga de que se hable más de su película antes que después del estreno.

El dictador no cuenta con una de las grandes bazas de Borat, el factor sorpresa, y los seguidores del cómico no se encontrarán con grandes novedades. Se sigue jugando con lo políticamente incorrecto como motor del film, algo que queda muy claro desde el inicio, cuando vemos que la película está dedicada a la memoria del antes mencionado Kim Jong-il. Los chistes homófobos, racistas y machistas siguen constituyendo una importante base del guión, que demuestra que se puede hacer humor con cualquier tema, por espinoso que sea. Y esto incluye el terrorismo islámico, uno de los temas delicados por excelencia en la sociedad estadounidense, y los regímenes dictatoriales.

Sobre la película vaga la sombra de Charles Chaplin y su obra El gran dictador, de la que recoge su espíritu crítico. El dictador, bajo su apariencia cómica, guarda una interesante reflexión sobre las democracias actuales, reflejada en un discurso final (otro paralelismo con la película de Chaplin) que nos da un baño de amarga realidad. Es una pena que sus acertadas dosis de crítica y humor inteligente palidezcan bajo otros momentos en los que Baron Cohen y el resto de los guionistas deciden ir a lo fácil, mediante gags zafios que hacen que la película no brille con toda la fuerza con la que podría haberlo hecho. Pese a esto, y sabiendo que su humor puede resultar chocante para muchos espectadores, podemos decir que El dictador es la obra más acertada del cómico hasta el momento.

Crítica publicada en: www.puntoencuentrocomplutense.es