Es curioso que se vea a la comedia como un “género menor”,
cuando el cine de Hollywood está asentado sobre nombres imprescindibles en este
campo. Sólo hay que recordar a los grandes maestros del humor del cine mudo, entre
los que destacaron Charles Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd. Más tarde, la
historia de la comedia se seguiría escribiendo con letra de oro, gracias a
nombres como Ernst Lubitsch, los Hermanos Marx, George Cukor o Billy Wilder.
Todos ellos demuestran que, a pesar de las apariencias, este no es un género
que deba tomarse a la ligera. Chaplin conocía a la perfección los mecanismos
para hacer reír al público, y defendía que la comedia debe ser próxima a la
realidad, estar pegada a ella. Quizá esta cercanía a la vida es lo que hace que
la infravaloremos; solemos pedir “algo más” a una película para hacerla digna
de un premio cinematográfico.
Este año, entre las nueve nominadas al Oscar de Mejor
película sólo encontramos una comedia: El
lado bueno de las cosas. A pesar de esto, el film ha conseguido colarse en
todas las categorías principales: David O. Russell podría conseguir el galardón
al Mejor director y al Mejor guión adaptado, mientras que sus protagonistas se
encuentran presentes en todos los apartados interpretativos. Y aunque aparecer
en las nominaciones ya es un gran paso, la cosa se complica aún más si hablamos
de llevarse la estatuilla dorada: en los últimos 20 años sólo ha habido dos
comedias que lo han conseguido: Shakespeare
in love, en 1998, y la francesa The artist,
en la pasada edición.
Para evitar esta marginación del género, el productor, director
y guionista Judd Apatow propuso hace unos años que se creara una categoría
especial en los Oscar para las comedias. Es decir, que sucediese algo semejante
a lo que ocurre con los Globos de Oro, donde hay un premio de Mejor película
dramática y otro de Mejor película de comedia o musical. Aunque a priori esto
diera más visibilidad al género, también tenemos que recordar que, de todas
formas, tras las entregas de los Globos de Oro es la ganadora a Mejor película
dramática la que suele llevarse la mayor parte de los titulares.
La industria del cine estadounidense y sus correspondientes
premios no es un caso aislado, sino que esta situación se repite
constantemente. España no se escapa del patrón, a pesar de la gran tradición
cómica de nuestro país. Tenemos que remontarnos al año 1998 para encontrar una
comedia que se haya llevado el Goya a la Mejor Película (La niña de tus ojos, de Fernando Trueba).
Para finalizar, hacemos un repaso por algunas de las comedias
que en su día consiguieron alzarse con el Oscar a Mejor película. ¿Conseguirá El lado bueno de las cosas sumarse a
ellas?
El
apartamento (Billy
Wilder, 1960)
Una emocionada Audrey Hepburn entregaba el Oscar de Mejor
película a su amigo Billy Wilder, quien subía por tercera vez al escenario esa
noche, tras recibir anteriormente los premios a la Mejor dirección y al Mejor
guión original. Aunque fue etiquetada como “comedia”, su protagonista, Jack
Lemmon, confesaba que ni él ni el director entendían el porqué. Y es que aunque
El apartamento tenga grandes momentos
cómicos, como ver a Lemmon escurriendo la pasta con una raqueta de tenis, el
film es un relato agridulce con una considerable carga dramática.
My fair lady (George Cukor, 1964)
El musical dirigido por Cukor consiguió hacerse con ocho
premios Oscar. Curiosamente, lo más destacable de estas victorias es la
ausencia de su actriz principal, Audrey Hepburn, que ni siquiera se encontraba
nominada por su rol. Los rumores apuntaron que el motivo podría ser que Hepburn
tuvo que ser doblada en las canciones por Marni Nixon. Su compañero de reparto,
Rex Harrison, sí que se llevó el premio.
Annie Hall (Woody Allen, 1977)
Por el momento, la única película de Woody Allen reconocida
con el máximo galardón y una obra clave a la hora de ver la evolución de la
comedia en la historia del cine. Un peculiar análisis de las relaciones de
pareja protagonizado por el propio Allen, en su conocido papel de neurótico, y
Diane Keaton, quien recientemente había saltado a la fama por su trabajo en El padrino. Sus ingeniosos diálogos
hacen que sea un film imprescindible, así como las escenas en las que Allen
interrumpe la acción y se dirige directamente al espectador.
Belle époque (Fernando Trueba,
1992)
El Oscar de Mejor película de habla no inglesa a Belle époque fue el segundo que
consiguió una cinta de nacionalidad española, diez años después de que Volver a empezar, de José Luis Garci, lo
ganase por primera vez. Más tarde les seguirían Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, y Mar adentro, de Alejandro Amenábar. Al recoger el premio, Fernando
Trueba hizo un discurso que quedó para el recuerdo: “Me gustaría creer en Dios
para agradecérselo, pero sólo creo en Billy Wilder, así que gracias, señor
Wilder”.
The artist (Michel Hazanavicius,
2011)
En pleno siglo xxi,
ocurrió lo que nadie se hubiese podido imaginar: el Oscar a Mejor película iba
a parar a manos de una producción francesa, en blanco y negro… ¡y muda! Con
ecos de films clásicos como El crepúsculo
de los dioses y Cantando bajo la
lluvia, la arriesgada apuesta dio como fruto cinco Oscars, incluyendo los
de su director, Michel Hazanavicius, y su protagonista, Jean Dujardin. Eso sí,
para muchos el alma de la película era el simpático perro Uggie, que aunque no
entró en las nominaciones, robaba el protagonismo a Dujardin cada vez que
compartían escena.Publicado en: www.puntoencuentrocomplutense.es