Ella tiene el pelo corto, teñido con mechas rubias que le dan a su cabello un aspecto multicolor. Sus ojos son verdosos y están tapados por unas gafas oscuras que además son de aumento. En su buzón hay una tarjeta en la que se autodenomina como “viajera”, porque todavía no ha encontrado su lugar. Cuando habla se le escapan palabras en francés. Es atrevida, descarada. Le faltan dos meses para cumplir los diecinueve años.
Él es un aspirante a escritor que todavía no ha publicado nada. Acaba de llegar a su primer apartamento neoyorquino. No conocemos su nombre, pero ¿a quién le importa? Todas las miradas se centran en ella.
Con estos dos personajes Truman Capote realizó una genial novela corta llamada “Desayuno en Tiffany’s”. A ella le puso el nombre de Holly Golightly. El de él no aparecía en toda la novela. Hace 50 años apareció la película homónima, dirigida por Blake Edwards. El pelo de ella pasó de ser corto a estar recogido en un elegante moño. De tener unos ojos verdosos, pasó a poseer unos enormes ojos marrones. Lo que le sobraba de descaro se transformó en elegancia. Su edad aumentó considerablemente. Y él se convirtió en un escritor con obra publicada y recibió un nombre: Paul.
“Desayuno con diamantes” (título que recibió al doblarse al castellano) convirtió una novela que era un canto a la rebeldía en una película romántica con toques de comedia. Partiendo de los dos personajes y cogiendo algunas de las situaciones que se presentan en el libro se crea una historia de amor (originalmente inexistente) y lo más importante: un auténtico símbolo del cine: la figura de Audrey Hepburn como Holly Golightly. El personaje de George Peppard, Paul, queda totalmente eclipsado por su presencia. La imagen de Hepburn frente al escaparate de Tiffany’s, con sus gafas y su vestido negro es todo un icono.
Truman Capote quería que fuera Marilyn Monroe la que diera vida a Holly, cosa que ahora se nos presenta inimaginable. Pero finalmente Hepburn fue la elegida, y con su papel se convirtió en la segunda actriz mejor pagada de la época, por detrás de Elizabeth Taylor. El personaje se suavizó mucho con respecto a la novela. De repente, Holly no tuvo inclinaciones hacia la bisexualidad. La desfachatez con la que trataba al escritor cuando hablaba de sus relatos desapareció. Ni rastro del período en el que fumaba marihuana.
Aún así, sigue siendo una figura irrepetible, inimitable. Audrey Hepburn realiza su papel a la perfección. Divertida y despreocupada, pero también conmovedora cuando le toca serlo. Perfecta al cantar y tocar con la guitarra “Moon river”, sentada al lado de la ventana mientras se le seca el pelo. La canción, supuestamente, fue compuesta específicamente para la voz de Hepburn. Casi estuvo a punto de ser eliminada, pero la actriz se negó. Y menos mal que no fue así: la canción ganó un Oscar y además la película se llevó otro premio a la “Mejor música”.
Y con Holly aprendemos que para leer cierta clase de cartas hay que llevar los labios pintados. Que los diamantes, aunque sean de Tiffany's, no hay que llevarlos hasta tener 40 años. Y que no hay que enamorarse de ninguna criatura salvaje, porque si no se acaba con la mirada fija en el cielo.